Ay,
Dios, cuán hermosa viene doña Endrina por la plaza!
¡Ay,
qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garza!
¡Qué
cabellos, qué boquita, qué color, qué buenandanza!
Con
saetas de amor hiere cuando los sus ojos alza.
Pero
tal lugar no era para conversar de amores;
acometiéronme
luego muchos miedos y temblores,
los
mis pies y las mis manos no eran de sí señores,
perdí
seso, perdí fuerza, mudáronse mis colores.
Unas
palabras tenía pensadas para le decir,
la
vergüenza ante la gente otras me hace proferir;
apenas
era yo mismo, sin saber por dónde ir;
mis
dichos y mis ideas no conseguían seguir.
Hablar
con mujer en plaza es cosa muy descubierta
y, a
veces, mal perro atado está tras la puerta abierta;
es
bueno disimular, echar alguna cubierta,
pues
sólo en lugar seguro se puede hablar cosa cierta.
-"Señora,
la mi sobrina, la que en Toledo vivía
a vos
se encomienda mucho, mil saludos os envía;
si
hubiese lugar y tiempo, por cuanto de vos oía,
tendría
placer en veros y conoceros querría.
"Deseaban
mis parientes casarme en esta sazón
con
una doncella rica, hija de don Pepión;
a
todos di por respuesta que no la querría, no.
¡Mi
cuerpo será de aquella que tiene mi corazón!"
Luego,
hablando en voz baja, dije que disimulaba
porque
toda aquella gente de la plaza nos miraba;
cuando
vi que se marchaban y que ya nadie quedaba
comencé
a decir la queja de amor que me lastimaba.
Fragmento
de “EL LIBRO DE BUEN AMOR” de Juan Ruiz, arcipreste de Hita.
(Pertenece
a la parte del libro en la que se narran los amores entre Don Melón y Doña
Endrina)